Había
una vez un sabio científico y poeta que solía ir a la playa a escribir. Tenía
la costumbre de caminar en la playa antes de comenzar su trabajo.
Un
día mientras caminaba junto al mar observó una figura humana en la playa que se
movía como un bailarín. Se sonrió al pensar
en alguien bailando para celebrar
el día. Apresuró el pasó y se acercó y vio que se trataba de un joven y que el
joven no bailaba, sino que se agachaba para recoger algo y suavemente lanzarlo
al mar. A medida que se acercaba, saludó: “Buen día, ¿Qué está haciendo?”
- El joven hizo una pausa se dio vuelta y
respondió: “Arrojo estrellas de mar al océano”
“Supongo que debería preguntar por qué arroja estrellas de mar al
océano, hay sol y la marea está bajando, si no las arrojo al mar morirán”.
-
“Pero joven no se da cuenta que hay millas y millas de playa y miles de
estrellas de mar, ¿Realmente piensas que tu esfuerzo tiene sentido?
-
El joven lo escuchó respetuosamente, luego se agachó recogió otra estrella de
mar y la arrojó al agua más allá de las olas.- “Para aquella tuvo sentido”
La
respuesta sorprendió al hombre, se sintió molesto, no supo qué contestar, por
lo tanto dio media vuelta y regresó a la cabaña a escribir. Durante todo el
día, mientras escribía, la imagen del joven lo perseguía, intentó ignorarlo,
pero la imagen del joven persistía.
Finalmente, al caer la tarde se dio cuenta de que a él, el científico, a
él, el poeta, se le había escapado la naturaleza esencial de la acción del
joven; se dio cuenta que el joven había elegido no ser un mero observador en el
universo y dejar simplemente que pasara ante sus ojos, sino que elegía
participar activamente y dejar su huella en
él. Se sintió avergonzado, esa noche se fue a dormir preocupado.
A
la mañana siguiente despertó sabiendo que debía hacer algo, se levantó, se
vistió, fue a la playa y encontró al joven y junto a él pasó el resto de la
mañana arrojando estrellas de mar al océano.